En los últimos meses, con el lanzamiento de nuevas tecnologías como las gafas inteligentes de Google, impulsadas por Gemini, la sensación de que la inteligencia artificial (IA) está en todas partes se ha intensificado. Pero, ¿es realmente así? ¿O estamos cayendo en un uso excesivo del término, aplicándolo incluso a funciones que poco tienen que ver con una verdadera IA?

Este artículo busca arrojar algo de luz sobre dónde la IA está transformando positivamente nuestra vida, y dónde, tal vez, estamos dejándonos llevar por la moda tecnológica.

La IA que sí aporta valor: útil, contextual y casi invisible.

Las nuevas gafas de Google son un ejemplo de cómo una IA bien integrada puede mejorar nuestras rutinas sin ser intrusiva. Gemini, su sistema de inteligencia artificial, no solo da comandos por voz o notificaciones, sino que traduce en tiempo real, reconoce objetos del entorno y ofrece asistencia contextual. ¿El resultado? Tecnología que resuelve problemas reales de forma eficiente y casi sin que lo notemos.

¿Dónde sí tiene sentido la IA?

  • Tareas repetitivas y tediosas: Automatizar procesos simples ahorra tiempo y permite enfocarse en lo estratégico.
  • Asistencia personalizada: Desde traducción simultánea hasta navegación y accesibilidad, la IA puede adaptar sus respuestas al contexto.
  • Interacciones naturales: La tecnología se vuelve más humana y menos invasiva en dispositivos como gafas o relojes inteligentes.

En estos casos, la IA potencia nuestras capacidades, personaliza nuestras experiencias y mejora nuestra vida cotidiana.

El otro lado: ¿todo necesita IA?

Lamentablemente, no toda implementación de IA está justificada. En muchos productos, el término se usa como estrategia de marketing, cuando en realidad solo hay reglas automatizadas o scripts básicos detrás.

¿Qué riesgos tiene esta exageración?

  • Expectativas irreales: Llamar IA a todo genera desinformación y frustración.
  • Deshumanización: Cuando se reemplazan tareas humanas delicadas por algoritmos, se puede perder empatía y control.
  • Problemas éticos y sociales: Algoritmos mal diseñados pueden reforzar desigualdades o discriminar sin que nadie lo note.

Esto lleva a lo que algunos llaman “tecnofetichismo”, una obsesión por implementar IA sin evaluar su verdadero aporte o consecuencias.

¿Cuándo la IA no tiene sentido?

Aunque suene atractivo, hay contextos en los que aplicar IA puede ser contraproducente. Muchas veces se usa como un gancho de marketing, dándole un valor extra solo por decir que utilizan IA, cuando en realidad no lo es. Al final, se cree que la IA es la solución a todos los problemas. Tampoco tiene sentido cuando se requiere un criterio humano o empatía, como en la atención al cliente o decisiones médicas.

Nos sigue faltando transparencia y privacidad: seguimos dando nuestros datos a empresas que no sabemos si los están usando bien. Todos sabemos que ya vendimos nuestra alma al diablo por el simple hecho de haber cedido la mayor parte de nuestros datos a empresas como Google, Facebook o Amazon. Pero, ¿realmente necesitamos que la IA decida por nosotros en situaciones complejas?

En estos casos, y muchos otros, la IA no mejora nada. Al contrario, genera dependencia, disminuye habilidades humanas y aumenta la desconfianza.

El peligro de depender demasiado

Estudios recientes alertan sobre los efectos de delegar todo a la IA: pérdida de memoria, menor pensamiento crítico y una “descarga cognitiva” que reduce nuestra autonomía mental. La clave está en usar la IA como herramienta, no como sustituto de nuestro juicio.

¿Se acuerdan cuando en el móvil teníamos que recordar los números de teléfono de nuestros amigos y familiares, y ahora tenemos que buscarlo en el móvil? ¿Recuerdas el teléfono de la casa de tus padres? Posiblemente sí. ¿Y el teléfono de tus amigos? Ahora no lo sabes, ya que el móvil nos informa de todo. Algo de este estilo podría pasar con el uso excesivo de la IA para tareas que tardamos lo mismo o menos haciéndolo nosotros mismos.

Y, por otra parte, tenemos los peligros de no usarla de forma ética. Por ejemplo, las nuevas estafas que se hacen pasar por personas conocidas, o el uso de IA para crear imágenes o vídeos falsos que pueden dañar la reputación de alguien. La IA puede ser una herramienta poderosa, pero también peligrosa si no se usa con responsabilidad.

Otros factores en los que podríamos pensar son cómo afectará la IA al medioambiente. Al final, tiene un consumo de electricidad, agua y otros recursos que no son infinitos. En este artículo hablamos de la cantidad de agua que gastamos al usar tecnología, y la IA no es una excepción.

Reflexión final: IA, sí… pero con cabeza

La inteligencia artificial puede mejorar nuestras vidas si se implementa con sentido y conciencia. No todo lo que se etiqueta como “IA” lo es realmente, y no todo lo que puede hacerse con IA debería hacerse.

Lo importante es preguntarnos: ¿Para qué la estamos usando? ¿Qué problema resuelve? ¿Nos hace mejores o más dependientes?

La IA no es magia ni un fin en sí mismo. Es una herramienta. Y como toda herramienta, debe usarse con criterio, responsabilidad y visión humana.